Las abarcas desiertas

Miguel Hernández

El poema “Las abarcas desiertas” de Miguel Hernández, publicado el 2 de enero de 1937, refleja con profunda sensibilidad las carencias materiales y las desigualdades sociales de su tiempo, situándose en el contexto histórico de la España rural de principios del siglo XX, marcada por la pobreza, la injusticia y la división de clases. La obra de Hernández surge de su vivencia personal como hijo de una familia humilde en Orihuela, donde trabajó como pastor y convivió con las duras condiciones de vida del campo español.
El poema capta la precariedad y el desamparo que caracterizaban a las clases populares durante el periodo previo a la Guerra Civil Española (1936-1939). En aquellos años, España era una sociedad profundamente desigual, donde la opulencia de unos pocos contrastaba con la miseria de las mayorías campesinas y obreras. Este contexto queda plasmado en la figura del niño que, ilusionado por la festividad de los Reyes Magos, enfrenta una realidad de carencia y exclusión: sus abarcas, símbolo de su condición humilde, permanecen vacías año tras año.
El poema también denuncia la indiferencia de las clases privilegiadas, simbolizadas por “los reyes coronados” y “la gente de trono”. En estos versos se percibe una crítica implícita a un sistema social que perpetuaba la desigualdad y la falta de oportunidades para los más vulnerables. La ausencia de regalos no solo enfatiza la pobreza material, sino que señala la falta de empatía y solidaridad en un mundo dividido entre quienes tienen y quienes no.
A través de una voz poética íntima y llena de nostalgia, Hernández transforma su experiencia personal en una representación universal del dolor y la esperanza frustrada de los más desfavorecidos. “Las abarcas desiertas” es, así, una denuncia social que evoca la necesidad de un mundo más justo y humano, especialmente en tiempos de grandes desigualdades.

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Comentarios destacados a este poema en YouTube:

  • Como siempre qué bien recita y qué amor depositado en cada poema. Merci
  • Que poema tan triste y tan lindo, expresado así, poético y musical, refleja la triste realidad de muchos niños azotados y olvidados en la pobreza, así le sucedió a mi madre cuando niña, sus zapatitos vacíos. No tuvo padres.
  • Durísimo poema, más en estas fechas…preciosa la emoción que le pones y transmites. Qué bien escogidas las imágenes, que ambientan tan bien el poema!!
  • Estremecedoras palabras de Miguel Hernández q con tanta sensibilidad nos habéis traído en estas fechas. Nunca más una abarca vacía. Nunca más un niño sin juguete. Toño, Inma, q seáis los mejores pajes q lleguen a nuestras conciencias y , entre tod@s, construyamos un mundo más justo.
  • Este poema es tan oportuno el día de hoy, con total vigencia a pesar del paso de tantos años, y con tanta emoción que pones al recitarlo, que, como siempre se queda muy dentro del corazón.
  • Bonita, hermosa y emotiva poesía. Reflejo de la triste miseria, de la ausencia de todo, en contraste con el mundo consumista de estos días. Las imágenes son un reflejo perfecto de esa miseria que ayudan a comprenderla con gran dolor. La música preciosa. Bravo sois un gran equipo.
  • Sí, el día de Reyes no es un día mágico para todos los niños. Para algunos es una decepción. Lo habéis contado muy bien.
  • La poesía es tan hermosa como triste es la miseria. Vosotros le dais esa belleza que da, a la vez, consuelo.

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.

Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

 

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