Rubén Darío
Rubén Darío escribe la “Letanía de nuestro señor don Quijote” con motivo del tercer centenario de la publicación de la primera parte de “Don Quijote de la Mancha” (1605) dentro de los actos organizados por el Ateneo de Madrid en mayo de 1905.
Fue publicado ese mismo año en su libro “Cantos de vida y esperanza”, una de sus obras más importantes, en la que el poeta reflexiona sobre temas como la identidad hispanoamericana, la crisis de valores y la lucha entre el idealismo y la realidad.
Este contexto de celebración cervantina es importante para entender el poema, ya que Darío lo concibió como un homenaje no solo al personaje literario, sino también como una reflexión sobre los valores que Don Quijote representa para la cultura hispánica en un momento de crisis y transformación.
En este poema, el autor nicaragüense eleva al personaje cervantino a la categoría de santo laico, estableciendo una ingeniosa estructura de oración litúrgica para expresar su admiración por los valores que encarna Don Quijote. La estructura repetitiva y oracional de la letanía impregna el poema de un tono ceremonial y espiritual, reflejando una plegaria casi religiosa al caballero manchego.
Uno de los aspectos más destacados del poema es la oposición entre Don Quijote y el mundo moderno. En su plegaria, pide al caballero que “ruegue por nosotros”, pues el mundo ha perdido su esencia idealista y generosa, quedando sumido en el pragmatismo y la superficialidad.
Es, en esencia, un canto a la rebeldía, a la imaginación y a la búsqueda de un ideal, aunque este parezca inalcanzable. Además, la súplica final, que ruega por un retorno al espíritu quijotesco, se percibe como una reflexión profunda sobre la deshumanización y pérdida de propósito en la sociedad contemporánea.
Reproducir el vídeo del Poema
Comentarios destacados a este poema en YouTube:
- Letanía que debería estar presente en nuestras vidas siempre.
- Precioso regalo para un día tan señalado. Gracias y seguid ilustrándonos muchos años más.
- Gracias por darme este poema que yo no conocía. Magnífico!
- …
Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad…
¡Caballero errante de los caballeros,
varón de varones, príncipe de fieros,
par entre los pares, maestro, salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!
¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.
¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!
¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas, los sublimes ramos
de laurel Pro nobis ora, gran señor.
¡Tiembla la floresta de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hamlet te ofrece una flor!
Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De tantas tristezas, de dolores tantos
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, Señor!
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, Señor!
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos,
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad…
¡Ora por nosotros, señor de los tristes
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión!
¡que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón!