Poemas dedicados a Leonor Izquierdo

Antonio Machado

Antonio Machado se enamoró y se casó con Leonor Izquierdo cuando él tenía 34 años y ella 15. Esto que nos puede parecer no muy correcto actualmente, era más o menos común en aquella época. Vivieron una temporada en Paris donde Leonor enfermó de tuberculosis por lo que tuvieron que regresar a Soria.
Antonio no quiere saber nada ni hacer otra cosa que no sea cuidar de forma totalmente entregada a su esposa. Más enamorado que nunca, se olvida de su poesía, de su cátedra, de cuanto le atañe o le rodea. Desesperado cuando sabe que va a perderla hace todo lo posible por provocarse el contagio del mal y morir con ella.
Leonor, hasta su muerte, acontecida unos días después de su tercer aniversario de boda, fue su compañera, su igual, la mujer que decidió compartir con Antonio Machado los últimos tres años de su vida.
Machado hundido por la tragedia abandonó Soria, a la que volvió 20 años después para recibir un homenaje en el que le nombraron Hijo adoptivo de Soria.
En el primero de estos poemas Machado da cabida a la esperanza: “Soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda,/…”
En otro de los poemas Machado dialoga con la Muerte
En el último de estos poemas deja entrever que perder lo que más se ama le conduce al hastío del mundo.

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Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.

Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!…
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!

Una noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón.
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

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