Los pozos

Amado Nervo

El poema “Los pozos” de Amado Nervo presenta un diálogo entre un hijo y su madre, donde el hijo relata un sueño surrealista. En este sueño, se encuentra en un planeta de hielo, habitado por seres blanquecinos en un ambiente gélido. Los pozos hondos y misteriosos que describe contienen “aire líquido”, y el sueño refleja su desesperación por calmar una sed que parece insaciable.
La metáfora de los pozos, el frío y la sed infinita pueden interpretarse como símbolos de una búsqueda espiritual o existencial. El protagonista anhela un alivio a su sed interior, pero al caer en los pozos, su alivio es al mismo tiempo su condena, pues su cuerpo se cristaliza, volviéndose “un cadáver de cuarzo”. Aquí, Nervo nos habla de la dualidad entre el deseo de trascender (o liberarse) y el peligro de perderse en esa búsqueda. Aunque el hijo anhela liberarse de su sed existencial, su sueño lo lleva a una forma de inmortalidad helada, en la que finalmente queda atrapado.
El poema refleja el estilo de Nervo, cargado de simbolismo, misticismo y una reflexión sobre la muerte, el alma y la búsqueda de paz interior.

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—¡Madre, madre, me muero de sed!
Si supieras qué sueño he tenido…
—¿Qué soñabas, mi amor?
—Pues soñaba que vivía en un raro planeta,
glacial, cristalino.

En un raro planeta de hielo,
habitado por seres blanquísimos
y de un rubio ideal, que moraban
muy felices en medio del frío.

Los enormes, translúcidos témpanos
azulados, a la luz de un tímido
satélite verde, fingían fantasmas
envueltos en linos
irreales, o montes absurdos
de amatistas, topacios, zafiros…

Y recuerdo también, madre mía
que en ocultos sitios
llenos de misterio,
vigilados siempre por custodios rígidos,
gigantescos, mudos, había unos pozos,
unos pozos hondos…, hondos, ¡de aire líquido!

Era ciento ochenta grados bajo cero
su temperatura…
—¡No delires, hijo!
—¡Ciento ochenta grados bajo cero madre!
Y si por descuido
un bloque de hielo caía en el pozo,
hirviendo al contacto de aquel cuerpo ígneo,
se alzaban columnas de vapor de aire
lanzando, rabiosas, sus agudos silbos…

Estos pozos estaban cubiertos,
y muy recatados y muy escondidos.
… Pero yo, muriendo de sed, fui a buscarlos
fui a buscarlos, madre, por entre los riscos
de hielo, con ansias de apagar la lumbre
de mis fauces ávidas (mientras que, dormidos,
los rubios guardianes yacían al borde
de cada hoyo estigio).

Y abriendo la tapa de uno, del más grande,
por inadvertencia resbalé al abismo.
¡Resbalé a la sima negra, en cuyo fondo
había aire líquido!

¡Oh, qué sensaciones deliciosas, madre!,
¡qué estupendo frío!
¡Por fin a estos labios de brasas, la fuente
mayor de frescura refrigeraríalos!

¡Pero no acababa de caer al fondo!
¡No llegaba al líquido! .
Nunca terminaba mi derrumbamiento:
¡sólo iba creciendo mi frío! ¡el frío!

… ¡Al fin llegué, madre, llegué, qué ventura!
¡qué baño divino!
¡qué inmersión silenciosa en las linfas
insondables del pozo dormido…!

Mas ¡ay!, que al contacto de aquellos caudales,
de aquellos caudales claros y tranquilos,
sentí que mi cuerpo se cristalizaba
como un gran diamante volviéndose nítido.
¡Era yo un cadáver de cuarzo! ¡Un cadáver
infinitamente frío, frío, frío!

¡Pero libre, madre, de sed para siempre!
¡de ésta sed inmensa que ya no resisto!

¿Por qué he despertado? ¿Por qué volví al horno
de este lecho…? ¡Madre, tu vaso está tibio!
…¡Llévatelo! ¡Quiero que me des un vaso
de aquel aire líquido!

 

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