Romance del Duero

Gerardo Diego

El poema es una hermosa oda al río Duero, personificándolo como un compañero solitario y constante. Gerardo Diego contrasta la indiferencia de la ciudad con la eterna presencia del río, que sigue su curso imperturbable a pesar de ser ignorado.
La ciudad, representada como indiferente o cobarde, da la espalda al río, ignorando su constante fluir y su “eterna estrofa de agua”. Esta imagen sugiere una desconexión entre la naturaleza y la humanidad, una falta de aprecio por la belleza y la constancia del río.
A pesar de esta indiferencia, el río Duero sigue su curso, “sonríe entre sus barbas de plata” y continúa moliendo con sus romances las cosechas mal logradas. Esta metáfora sugiere que el río, a pesar de todo, sigue siendo una fuente de vida y esperanza. Además, el río lleva consigo “palabras de amor, palabras”, especialmente para los enamorados que buscan consuelo y respuestas en sus aguas.

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Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.

Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.

Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.

Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.

Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.

Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,

sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.

 

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